domingo, 4 de noviembre de 2012

La Economía Española de los siglos XVI y XVII

La generalización interpretativa puede provocar la deformación de los hechos. Esta afirmación, si bien seria suscrita por todo lector crítico y formado, permite introducir un problema básico para la historiografía académica. Es cierto que elaborar grandes visiones de conjunto supone dar prioridad a factores comunes y procesos generales, en los que muchas veces las excepciones son incluidas como confirmación de la hipótesis inicial. Del mismo modo, y más allá de las virtudes que puede tener la generalización, el autor responsable de la selección de los aspectos sobresalientes imprime su huella ideológica a través de la ordenación jerárquica de los conceptos. Este pequeño artículo de Miguel Rodriguez Cancho, acerca de “La Economía Española de los siglos XVI y XVII”, es un ejemplo de la controversia que puede suscitar una generalización personal.
Partiendo del hecho de que nuestros compañeros de clase han elaborado ya un buen resumen de las materias tratadas en el trabajo arriba mencionado, por nuestra parte proponemos una revisión crítica de algunos aspectos que consideramos discutibles. Evidentemente, asumimos la falta de referencias bibliográficas para contrastar nuestras dudas, pero igualmente establecemos esta recensión como principio para un estudio de mayor profundidad.
Resulta difícil resumir el desarrollo económico en los siglos XVI y XVII en un territorio tan complejo como la Península Ibérica, sobre todo considerando la enorme cantidad de factores sociales y políticos que intervienen en el proceso.  En primer lugar, es posible plantear si se debe utilizar el término “España” para referirse a los reinos hispanos. ¿Se puede hablar de “economía española” en los siglos XVI y XVII? Para ello, habría que asumir la constitución completa de un estado centralizado y capaz de articular su poder político y fiscal, al igual que una identificación nacional algo compleja. Conviene tener en cuenta este punto si se quiere avanzar en el análisis, sobre todo cuanto los problemas relacionados con las posibilidades de centralización de los estados europeos son continuos hasta más allá de finales del siglo XIX. En ese sentido, también cabría preguntarse porque el autor de este artículo evita mencionar la relación entre la economía del territorio adscrito a la corona portuguesa y el resto de la Península. Desde el punto de vista territorial, y teniendo en cuenta la cercanía cultural y geográfica, el contacto entre ambos entornos de poder podría tener una importancia clave.
A continuación, la evaluación del argumento del autor, de su esquema evolutivo, nos lleva a plantear un posible exceso interpretativo en cuanto a su fijación por asociar los cambios económicos con “progreso”. Por algún motivo, se asocian crecimiento económico, cambios demográficos, revalorización de la tierra, y progreso del “estado”. Este aspecto se observa con mayor claridad en el análisis de la extensión de las tierras de cultivo, y en su posible contradicción con la extensión de los pastos para ganado. El autor parece relacionar este proceso con el “avance” hacia formas económicas protocapitalistas y hacia una posible acumulación de capital territorial, todo ello con “progreso”. La presencia de un análisis teleológico de la evolución histórica de la economía hispana es más visible cuando se afirma que la industria es el motor del crecimiento de los estados modernos.
En cuanto a ese concepto de acumulación territorial o acumulación de capitales agrícolas, resulta curioso que el autor proponga su inicio en el siglo XVI. A lo largo de todo el artículo, no aparece mención alguna relativa a la enorme influencia de la tradición en el reparto de la tierra. Sería interesante conocer qué asocia a las grandes familias beneficiarias de las concesiones a la Mesta en época moderna con las familias que gozan de esos privilegios en época medieval, o con los grupos de poder que controlan la trashumancia desde época prerromana. Los cambios en la economía son muy significativos en la Edad Moderna, como prueba el resultado contemporáneo. Sin embargo, la pervivencia de los usos asociados a la economía de subsistencia permite establecer un proceso mucho más largo, y con aspectos que continúan sin excesivo cambio desde épocas arcaicas. Hasta que los cambios técnicos se generalizan, en el campo se sigue empleando el arado romano. En ese sentido, el siglo XVI no es el punto de inicio de la economía en el territorio peninsular. Para evitar llegar al extremo de afirmar tal cosa, el autor propone que el cambio esta matizado por varios ciclos en los que la economía retrocede significativamente. Las crisis que menciona el autor propondrían un proceso cíclico de mayor complejidad que la línea de progreso que parece plantear en la primera parte del artículo.
Uno de los puntos más interesantes del discurso del autor es aquel en el que se trata la influencia del descubrimiento de grandes minas de metales preciosos en el Nuevo Mundo. Aunque por el formato del articulo no es posible profundizar en las consecuencias económicas de la misma, si que se vislumbra la influencia de esta súbita aparición de “nueva riqueza”. Un ejemplo claro es la descripción del proceso de inflación (concepto de “revolución de los precios”) que acompaña la llegada del oro y la plata americanas. Sería interesante ver cómo afecta esto de manera efectiva a la economía de subsistencia antes mencionada. ¿El aumento de metales preciosos supone un aumento de la riqueza general o de la “riqueza de las naciones”? ¿Supone el enriquecimiento de ciertos grupos sociales? ¿Afecta a los parámetros de producción agraria o al proceso de evolución protocapitalista? Igualmente, ¿cómo afecta el cambio hacia un sistema monetario fiduciario al modelo de economía de subsistencia, tan dependiente de la existencia de un capital tangible?
Finalmente, el autor presenta el panorama del pensamiento económico del momento, demostrando en gran parte cuan complejo resulta el análisis. Con la exposición de los planteamientos de los proyectos de memoriales, del arbitrismo, del absolutismo reformista, y de los llamados regeneracionistas, es posible entender la difícil comparación entre realidad y teoría económica. Esta dialéctica entre teoría y práctica es el origen de las dudas expuestas en esta pequeña recensión, al igual que la responsable de los cambios políticos que acompañan a la evolución de la economía entre los siglos XVI y XVII.
Álvaro de Balbín Bueno. Grupo 5

1 comentario:

  1. Esta entrada permite enriquecer los contenidos del blog a partir de una crítica de la lectura. Comparto buena parte de la crítica, en especial en lo relativo a lo teleológico que resulta hablar en términos de progreso, capitalismo, etc.
    Generalizar, efectivamente, tiene sus riesgos pero permite fijar el conocimiento, pues este se hace a partir de ideas que no siempre pueden reflejar la realidad en toda sus dimensiones. De algún modo hay que mantener el equilibrio entre "visiones generales" y los matices que siempre existen.

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